domingo, 27 de abril de 2014

Existen esos momento en los que te sientes insignificante, te sientes como si no fueras nada para nadie, y efectivamente así me siento, y soy totalmente consciente de que así es. 
No soy la hija perfecta que mis padres esperaban, no soy la nieta que tanto esperanzó a mi abuela, no soy la hermana que siempre quiso mi hermano, y no soy, ni mucho menos, la amiga, compañera, como prefieras llamarlo, que cualquier persona quisiera tener.

 No soy (o desde mi punto de vista, así me veo) simpática, soy muy difícil de entender, y tampoco espero, ni esperare que nadie me entienda, ya perdí esa esperanza hace muchos años, desespero a la persona más paciente, siempre meto la pata, y nunca hago nada bien, y si lo consigo, algo habré hecho mal, eso está garantizado.

Deje de esperar algo de la gente hace mucho, yo intento dar y dar, pero aunque no lo haga para eso, me canse de no recibir nada, es agotador, me siento cansada de ayudar, es como, por así decirlo, que de mi castillo quitara un ladrillo para ponérselo a esa persona que tanto lo necesita.

 El mío ya está en ruinas, ya me da igual que me los quiten todos, no tengo nada que perder, pero por cada ladrillo es como un kilo más sobre mis hombros, y algún día será demasiado peso y caeré al suelo.

Otra cosa que me irrita y molesta, aunque no os importe demasiado, es ver cómo la gente coge mis sentimientos, los arranca de mi corazón, juega con ellos, los destruye y los vuelve a dejar en su sitio como si nada, y mientras que yo no aprendo, y sigo dejando, que los utilice como quiera, 

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